lunes, 25 de octubre de 2010
TRECE
El secreto de la felicidad de por vida
Más de doce horas habían transcurrido desde que Julián lle¬gara a mi casa la noche anterior para explicarme las enseñanzas que él había re-cibido en Sivana; las doce horas más importantes de mi vida. De improviso me sentía jubiloso, motivado e inclu¬so liberado. Julián había cambiado mi manera de ver la vida con la fábula del yogui Raman y las virtudes que representaba. Me daba cuenta de que no había empezado siquiera a explorar las posibilidades de mi potencialidad. Había estado derrochan¬do los dones que la vida había puesto a mi paso. Las enseñan-zas de Julián me habían brindado la oportunidad de luchar a brazo partido con las heridas que me impedían vivir con la risa, la energía y la satisfacción que yo sabía que merecía. Estaba emocionado.
–Tendré que irme pronto. Tú tienes compromisos que te urgen y yo tengo cosas que hacer –dijo Julián con tono de dis¬culpa.
–Mi trabajo puede esperar.
–El mío no –dijo con una sonrisa–. Pero antes de partir debo revelarte el último elemento de la fábula mágica. Recorda¬rás que el luchador de su-mo salía del faro sin nada encima salvo un cable rosa que le cubría las partes, resbalaba en un cronó¬grafo de oro y caía al suelo. Tras lo que pa-recía una eternidad, finalmente recobraba el conocimiento al percibir la fragancia de las rosas amarillas. El luchador se ponía en pie de un salto y quedaba pasmado al ver un largo y sinuoso sendero atiborrado de pe-queños diamantes. Pues bien, nuestro amigo el luchador enfilaba ese ca-mino y vivía feliz para siempre.
–No está mal. –Reí.
–El yogui Raman tenía una gran imaginación, lo reconoz¬co. Pero tú has visto que la historia encierra una finalidad y que los principios que sim-boliza no sólo son poderosos sino suma¬mente prácticos.
–Es verdad –admití.
–El sendero de los diamantes te recordará, pues, la virtud final de la vida esclarecida. Aplicando este principio a lo largo de tu jornada de trabajo, podrás enriquecer tu vida de un modo que me resulta difícil describir. Em-pezarás a ver exquisitas ma¬ravillas en las cosas más simples y vivirás en el éxtasis que te mereces. Y cumpliendo tu promesa de compartir esta sabi-duría con otras personas, facilitarás que también ellos transformen su mundo de ordinario en extraordinario.
–¿Me costará mucho aprender esto?
–El principio en sí es muy fácil de entender. Pero aprender a aplicarlo con eficacia en todos los momentos del día te llevará un par de semanas de práctica continuada.
–Adelante, me muero de ganas.
–Los Sabios de Sivana creían que una vida realmente gozosa y gratificante sólo se consigue mediante un proceso que ellos llamaban «vivir en el ahora». Los yoguis sabían que el pasado ya no está y que el futuro es un sol lejano en el horizonte de tu imaginación. El momento que cuenta es el ahora. Aprende a vi¬vir en él, a paladearlo.
–Entiendo lo que dices, Julián. Parece que siempre estoy preocupándo-me por cosas pasadas que no tengo el poder de cambiar, cuando no por cosas venideras, que luego nunca lle¬gan. Siempre tengo en la cabe-za mil pensamientos que me arrastran hacia mil direcciones diferentes. Es muy frustrante.
–¿Por qué?
–¡Eso me agota! Será que no tengo la conciencia tranquila. Y sin embar-go ha habido momentos en que mi mente estaba ocupada sólo en lo que tenía ante mí. A veces me pasaba cuan¬do tenía algún resumen que hacer y no me quedaba tiempo para pensar en otra cosa que en esa ta-rea. También lo he experi¬mentado cuando jugaba al fútbol con los chi-cos y quería ganar. Las horas me pasaban volando. Era como si lo único importan¬te fuera lo que estaba haciendo en ese preciso instante. Todo lo demás, las preocupaciones, las facturas, la abogacía, no impor¬taba. Y ahora que lo pienso, creo que en esos momentos es cuando más sosega-do me encontraba.
–Buscar algo que te plantea un verdadero reto es la ruta más segura para la satisfacción personal. Pero la auténtica clave a recordar es que la felicidad es un viaje, no un destino. Vive hoy, pues ya no habrá otro día igual que éste –afirmó Julián, juntando las manos como para ofrecer una oración de gracias por ser conocedor de lo que acababa de decir.
–¿Ése es el principio que el sendero de los diamantes sim¬boliza en la fábula del yogui Raman?
–Sí. Igual que el luchador de sumo encuentra la satisfacción y la alegría andando por esa senda, tú puedes tener la vida que mereces tan pronto empieces a comprender que el sendero por el que estás caminando está lleno de diamantes y otros tesoros. No pases tanto tiempo persiguiendo los grandes placeres de la vida mientras descuidas los pequeños. Afloja el ritmo. Disfruta la belleza de todo cuanto te rodea. Te lo debes a ti mismo.
–¿Significa eso que debería dejar de marcarme grandes ob¬jetivos para el futuro y concentrarme en el presente?
–No –replicó Julián–. Como he dicho antes, los objeti¬vos y los sueños de futuro son esenciales en toda vida de éxito. Esperar lo que vendrá a continuación es lo que te hace levan¬tar de la cama cada mañana y lo que te inspira día a día. Las metas dan vigor a la vida. Lo que digo es que no dejes de lado la felicidad por temor de la realización. No dejes para más tarde las cosas que son importantes para tu bienestar y tu satis-facción personal. Has de vivir plenamente el día de hoy, no esperes a ganar la lotería o a jubilarte. La vida no hay que pos¬tergarla.
Julián se puso en pie y empezó a pasearse por el salón, como un aboga-do veterano que estuviera desgranando sus últi¬mos argumentos en su apasionado alegato final.
–No te engañes pensando que serás un marido más afec¬tuoso cuando tu bufete contrate a unos cuanto abogados jóve¬nes para aligerar la car-ga. No te engañes creyendo que empeza¬rás a enriquecer tu mente, cui-dar tu cuerpo y nutrir tu alma cuando tu cuenta bancaria sea más vo-luminosa y dispongas de más tiempo libre. Hoy es el día de disfrutar el fruto de tus es¬fuerzos. Hoy es el día de agarrar la oportunidad y vivir una vida pletórica. Hoy es el día de vivir según tu imaginación, de cose¬char tus sueños. Y, por favor, jamás olvides el don de la familia.
–No estoy seguro de saber lo que quieres decirme.
–Vive la infancia de tus hijos –dijo.
–¿Qué? –repuse perplejo por la aparente paradoja.
–Pocas cosas hay tan importantes como formar parte de la infancia de tus hijos. ¿Qué sentido tiene subir los peldaños del éxito si te pierdes los primeros pasos de tus hijos? ¿Qué sentido tiene poseer la casa más grande de tu barrio si no tienes tiempo de crear un hogar? ¿De qué sirve ser conocido en todo el país como un excelente abogado si tus hijos no conocen siquiera a su padre? –Julián hablaba ahora temblando de emoción–. Sé de lo que hablo.
Este último comentario me anonadó. Todo lo que yo sabía de Julián era que había sido un superabogado que se codeaba con los ricos y los fa-mosos. Sus aventuras con nubiles modelos eran casi tan legendarias como su destreza en el tribunal. ¿Qué podía saber este ex millonario y playboy de lo que era ser padre? ¿Qué podía saber él del esfuerzo diario a que yo me enfrentaba tratando de ser al mismo tiempo un gran padre y un abogado de éxito? Pero el sexto sentido de Julián me cautivó.
–Yo también sé algo de esas bendiciones a las que llama¬mos hijos –dijo en voz baja.
–Pero yo pensaba que eras el soltero más cotizado de la ciudad antes de que arrojaras la toalla y renunciaras a la abo¬gacía.
–Cuando aún no me obnubilaba la ilusión del frenético es¬tilo de vida por el que me hice famoso, estuve casado. –Hizo una pausa, como un niño antes de decir a su mejor amigo un secreto muy bien guardado–. Lo que ignoras es que también tuve una hija. Era la criatura más dulce y delicada que he cono¬cido. Por entonces yo era como tú cuando nos conocimos: en¬greído, ambicioso y lleno de esperanza. Tenía todo lo que se podía desear. La gente me decía que mi futuro era brillante, que mi esposa era hermosa y mi hija maravillosa. Pero cuando la vida parecía tan perfecta, me quedé sin nada de la noche a la mañana.
Por primera vez desde su regreso, la cara alegre de Julián se sumió en la tristeza. Una lágrima resbaló por una de sus bron¬ceadas mejillas y cayó sobre la tela aterciopelada de su túnica roja. Me quedé perplejo.
–No tienes por qué continuar, Julián –dije, poniendo un brazo sobre su hombro para consolarle.
–Quiero hacerlo, John. De todos cuantos conocí en mi an¬tigua vida, tú eras el más prometedor. Como te he dicho, me recordabas mucho a mí mismo cuando era joven. Incluso aho¬ra, aún tienes mucho que decir. Pero si sigues viviendo de esta manera, vas camino del desastre. Aún tienes muchas maravillas que explorar, muchos momentos para disfrutar.
»El conductor borracho que mató a mi hija no se llevó sola¬mente una vi-da preciosa en aquella soleada tarde de octubre, sino dos. Al fallecer mi hija, mi vida dio un vuelco. Empecé a pasarme el día entero en mi despa-cho, esperando tontamente que mi profesión me salvara del dolor. Algu-nos días dormía in¬cluso en un diván de la oficina, pues temía volver a casa y en¬frentarme a los recuerdos. Y si bien mi carrera experimentó un brusco despegue, mi mundo interior era un desastre. Mi mujer, que había sido mi compañera de siempre desde la facultad, me dejó alegando como razón principal, la gota que colma el vaso, mi obsesión por el trabajo. Mi salud se deterioró y fui cayendo en la espiral de esa vida infame en que estaba metido cuando nos conocimos. Tenía todo lo que se podía comprar con dinero, por supuesto. Pero a cambio vendí mi alma –concluyó emo¬cionado, fallándole la voz.
–Entonces cuando dices «vive la infancia de tus hijos», me estás diciendo que dedique tiempo a verlos crecer. Es eso, ¿verdad?
–Incluso hoy, veintisiete años después de que ella nos de¬jara mientras la acompañábamos a la fiesta de cumpleaños de su mejor amiga, daría cualquier cosa por oír la risa de mi hija una vez más, o jugar con ella al es-condite como hacíamos en nuestro jardín. Me encantaría poder abra-zarla y acariciar sus cabellos dorados. Ella se llevó una parte de mi co-razón al morir. Y aunque mi vida ha encontrado nueva inspiración desde que descubrí el camino del esclarecimiento allá en Sivana, no pasa un solo día que no vea la sonrosada cara de mi hija en mi mente. Tienes unos hijos preciosos, John. No te pierdas el bosque por culpa de los árboles. El mejor regalo que puedes dar a tus hijos es tu amor. Procura conocerlos. Muéstrales que son más importantes para ti que las fugaces recompensas de tu profesión. Ellos se marcharán muy pronto, formarán una familia. Entonces será demasiado tarde, ya no habrá tiempo.
Julián me había llegado a lo más hondo. Supongo que yo sabía desde hace tiempo que mi adicción al trabajo estaba aflo¬jando poco a poco mis lazos familiares. Pero era como las bra¬sas que arden lentamente, acumulando energía antes de revelar todo el alcance de su potencial destructivo. Sabía que mis hijos me necesitaban, aunque ellos no me lo hubieran dicho. El tiem¬po iba pasando y mis hijos crecían rápidamente. Yo no recorda¬ba cuándo había sido la última vez que mi hijo Andy y yo ha¬bíamos dedicado una mañana de sábado para ir a pescar a ese sitio que tanto le gustaba a su abuelo. Hubo un tiempo en que íbamos a pescar cada semana. Ahora se había convertido en un recuerdo lejano.
Cuanto más pensaba en ello, más me afectaba. Recitales de piano, jue-gos de Navidad, campeonatos infantiles, todo había quedado relegado en beneficio de mi carrera profesional.
No había duda de que me estaba deslizando por esa pen¬diente peligro-sa que mencionaba Julián. En ese instante decidí cambiar.
–La felicidad es un viaje –prosiguió Julián, hablando otra vez con pa-sión–. Es también una elección que tú debes hacer. Puedes maravillarte de los diamantes que hay en el ca¬mino o puedes seguir corriendo toda tu vida, persiguiendo ese cofre del tesoro que a la postre resulta estar vacío. Disfruta esos momentos que cada día te ofrece, porque hoy es lo único que tienes.
–¿Se puede aprender a vivir en el presente?
–Desde luego. Sean cuales sean tus circunstancias actua¬les, puedes en-trenarte para disfrutar el don de la vida y llenar tu existencia con las joyas de la vida cotidiana.
–¿No eres demasiado optimista? Piensa en alguien que lo ha perdido to-do debido a un mal negocio. Imagina que no sólo está en bancarrota fi-nanciera sino también emocional.
–La magnitud de tu cuenta bancaria y la de tu casa no tie¬nen nada que ver con la sensación de alegría. Este mundo está lleno de millonarios desdichados. ¿Crees que a los sabios que conocí en Sivana les preocu-paba tener una cuenta saneada y adquirir una casa de veraneo en la Costa Azul?
–Entiendo.
–Hay una gran diferencia entre tener mucho dinero y tener mucha vida. Cuando empieces a emplear aunque sean cinco minutos al día en prac-ticar el arte de la gratitud, cultivarás la ri¬queza de la vida que persigues. Incluso esa persona que men¬cionabas en tu ejemplo puede encontrar muchas cosas por las que estar agradecido, sea cual sean sus apuros económicos. Pre¬gúntale si aún conserva la salud, la familia y la buena re-puta¬ción. Pregúntale si le complace ser ciudadano de este gran país y si tiene un techo sobre su cabeza. Tal vez no tenga otros acti¬vos que una gran capacidad para trabajar y tener grandes sue¬ños. Sin embargo, se trata de cosas por las que debería sentirse agradecido. Incluso los pájaros que cantan frente a tu ventana en un espléndido día de verano son también un regalo para la persona sabia. Recuerda, John, la vida no siempre te da lo que pides, pero sí te da lo que necesitas.
–Entonces, dar gracias cada día por lo que tengo, sea ma¬terial o espiri-tual, ¿me hará desarrollar el hábito de vivir el pre¬sente?
–Sí. Es un método muy efectivo para vivir a fondo tu vida. Cuando sabo-reas el «ahora», lo que haces es avivar el fuego de la vida que permite cultivar tu destino.
–¿Cultivar mi destino?
–Sí. He dicho antes que todos recibimos ciertos talentos, ciertas apti-tudes. Cada individuo es un genio.
–No conoces a algunos abogados con los que trabajo –bromeé.
–Todo el mundo –dijo Julián enfáticamente–. Todos tenemos algo para lo que estamos hechos. Tu genio saldrá a re¬lucir y serás feliz tan pronto descubras tu propósito y dirijas hacia él todas tus energías. Una vez estés conectado con esta misión, tanto si se trata de ser un gran profesor o un inspirado artista, tus deseos se colmarán sin esfuerzo. Ni siquiera tendrás que probarlo. En realidad, cuanto más lo intentas, más tardas en lograr tus objetivos. Lo que debes hacer es seguir el camino que marcan tus sueños confiando plenamente en la recompen¬sa. Eso te llevará a tu destino divino.
»Cuando yo era pequeño, a mi padre le encantaba leerme un cuento de hadas titulado Pedro y el hilo mágico. Pedro era un niño muy vivara-cho. Todos le querían: su familia, sus maestros y sus amigos. Pero tenía una debilidad.
–¿Cuál?
–Era incapaz de vivir el momento. No había aprendido a disfrutar el pro-ceso de la vida. Cuando estaba en el colegio, so¬ñaba con estar jugando fuera. Cuando estaba jugando soñaba con las vacaciones de verano. Pedro estaba todo el día soñando, sin tomarse el tiempo de saborear los momentos especiales de su vida cotidiana. Una mañana, Pedro estaba caminando por un bosque cercano a su casa. Al rato, decidió sentarse a descan¬sar en un trecho de hierba y al final se quedó dormido. Tras unos minutos de sueño profundo, oyó a alguien gritar su nom¬bre con voz agu-da. Al abrir los ojos, se sorprendió de ver una mujer de pie a su lado. Debía de tener unos cien años y sus ca¬bellos blancos como la nieve caían sobre su espalda como una apelmazada manta de lana. En la arrugada mano de la mujer había una pequeña pelota mágica con un agujero en su centro, y del agujero colgaba un largo hilo de oro.
»La anciana le dijo: "Pedro, éste es el hilo de tu vida. Si tiras un poco de él, una hora pasará en cuestión de segundos. Y si ti¬ras con todas tus fuerzas, pasarán meses o incluso años en cues¬tión de días." Pedro estaba muy excitado por este descubri¬miento. "¿Podría quedarme la pelota?", preguntó. La anciana se la entregó.
»Al día siguiente, en clase, Pedro se sentía inquieto y aburri¬do. De pronto recordó su nuevo juguete. Al tirar un poco del hilo dorado, se encontró en su casa jugando en el jardín. Cons¬ciente del poder del hilo mágico, se cansó enseguida de ser un colegial y quiso ser adolescente, pensando en la excitación que esa fase de su vida podía traer consigo. Así que tiró una vez más del hilo dorado.
»De pronto, ya era un adolescente y tenía una bonita amiga llamada Elisa. Pero Pedro no estaba contento. No había apren¬dido a disfrutar el presente y a explorar las maravillas de cada etapa de su vida. Así que sacó la pelota y volvió a tirar del hilo, y muchos años pasaron en un instante. Ahora se vio transfor¬mado en un hombre adulto. Elisa era su esposa y Pedro estaba rodeado de hijos. Pero Pedro reparó en otra cosa. Su pelo, antes negro como el carbón, había empezado a encanecer. Y su ma¬dre, a la que tanto quería, se había vuelto vieja y frágil. Pero él seguía sin poder vivir el momento. De modo que, una vez más, tiró del hilo mágico y esperó a que se produjeran cambios.
»Pedro comprobó que ahora tenía noventa años. Su mata de pelo ne-gro se había vuelto blanca y su bella esposa, vieja también, había muerto unos años atrás. Sus hijos se habían he¬cho mayores y habían iniciado vidas propias lejos de casa. Por primera vez en su vida, Pedro comprendió que no había sabido disfrutar de la maravillas de la vida. Nunca había ido a pescar con sus hijos ni paseado con Elisa a la luz de la luna. Nunca ha¬bía plantado un huerto ni leído aquellos hermosos libros que a su madre le encantaba leer. En cambio, había pasado por la vida a toda prisa, sin pararse a ver todo lo bueno que había en el camino.
»Pedro se puso muy triste y decidió ir al bosque donde solía pasear de muchacho para aclarar sus ideas y templar su espíri¬tu. Al adentrarse en el bosque, advirtió que los arbolitos de su niñez se habían convertido en ro-bles imponentes. El bosque mismo era ahora un paraíso natural. Se tumbó en un trecho de hierba y se durmió profundamente. Al cabo de un minuto, oyó una voz que le llamaba. Alzó los ojos y vio que se trataba nada menos que de la anciana que muchos años atrás le había regala-do el hilo mágico. "¿Has disfrutado de mi regalo?", preguntó ella. Pedro no vaciló al responder: "Al principio fue divertido pero ahora odio esa pelota. La vida me ha pasado sin que me enterase, sin poder disfrutarla. Claro que habría habido mo¬mentos tristes y momentos estupendos, pero no he tenido oportunidad de experimentar ninguno de los dos. Me siento vacío por dentro. Me he perdido el don de la vida." "Eres un desagradecido, pero igualmente te concederé un último deseo", dijo la anciana. Pedro pensó unos instantes y luego respondió: "Quisiera volver a ser un niño y vivir otra vez la vida." Dicho esto se quedó otra vez dormido.
»Pedro volvió a oír una voz que le llamaba y abrió los ojos. ¿Quién podrá ser ahora?, se preguntó. Cuál no sería su sorpre¬sa cuando vio a su madre de pie a su lado. Tenía un aspecto ju¬venil, saludable y radiante. Pedro comprendió que la extraña mujer del bosque le había concedido el de-seo de volver a su ni¬ñez. "Date prisa, Pedro. Duermes demasiado. Tus sue-ños te ha¬rán llegar tarde a la escuela si no te levantas inmediatamente", le reprendió su madre. Ni que decir tiene que Pedro saltó de la cama al momento y empezó a vivir la vida tal como había espe¬rado. Conoció muchos momentos buenos, muchas alegrías y triunfos, pero todo empezó cuando tomó la decisión de no sa¬crificar el presente por el futuro y em-pezó a vivir el ahora.
–Una historia sorprendente –dije.
–Por desgracia, John, la historia de Pedro y el hilo mágico no es más que eso, un cuento. En el mundo real nunca tenemos una segunda oportuni-dad de vivir la vida con plenitud. Hoy es tu oportunidad de despertar a ese regalo que es la vida... antes de que sea tarde. El tiempo se escurre entre los dedos como los gra¬nos de arena. Que este nuevo día sea el ini-cio de tu vida, el día en que tomas la decisión de concentrarte en lo más importante para ti. Toma la decisión de invertir más tiempo con quienes dan sentido a tu vida. Deléitate en el poder de esos momentos espe-ciales. Haz las cosas que siempre has querido hacer. Escala esa montaña que siempre has querido escalar o aprende a tocar la trompeta. Baila bajo la lluvia o monta un nuevo negocio. Apren¬de a amar la música, aprende un nuevo idioma y reaviva el placer de tu infancia. Deja de posponer tu felicidad a expensas de la rea¬lización. ¿Por qué no disfrutar del proceso? Empieza a atender a tu alma. Éste es el camino del nirvana.
–¿El nirvana?
–Los Sabios de Sivana aseguran que el destino final de to¬das las almas esclarecidas es un lugar llamado Nirvana. En rea¬lidad, más que un lugar físico, el nirvana es un estado que tras¬ciende todo lo conocido. En el nir-vana todo es posible. No hay sufrimiento, y la danza de la vida se ejecuta con perfección divi¬na. Alcanzar el nirvana es para los sabios entrar en el cielo sin abandonar la tierra. Ésta es su meta en la vida –comentó Ju¬lián, radiante de paz, casi como un ángel.
»Todos estamos aquí por una razón especial –dijo proféticamente–. Medita sobre tu verdadera vocación y sobre cómo puedes darte a los demás. Deja de ser un prisionero de la grave¬dad. Hoy mismo, prende la chispa de la vida y déjala arder. Empieza a aplicar los principios y las estrategias que he com¬partido contigo. Sé todo lo que puedas ser. Lle-gará el momento en que también tú probarás los frutos del nirvana.
–¿Cómo sabré cuándo he alcanzado ese estado de esclare¬cimiento?
–Pequeños indicios te lo irán mostrando. Empezarás a no¬tar la santidad en todo lo que te rodea: la divinidad de un rayo de luna, el encanto de un deslumbrante cielo azul en pleno verano, el fragante capullo de una margarita o la risa de un niño travieso.
–Julián, te prometo que el tiempo que has pasado conmi¬go no ha sido en vano. Me dedicaré a vivir según las enseñanzas de los Sabios de Si-vana y cumpliré mi promesa de compartirlas con personas que se bene-ficiarán de tu mensaje. Te doy mi pa¬labra –dije, sintiendo una gran emoción.
–Divulga el rico legado de los sabios. Quienes te rodean se beneficiarán de este saber y mejorarán la calidad de sus vidas, como tú mejorarás la tuya. Y recuerda que el viaje es para dis¬frutarlo. El camino es igual de bueno que su final.
Dejé que Julián continuara.
–El yogui Raman sabía mucho de contar historias, pero hay una que destaca sobre las demás. ¿Puedo contártela?
–Desde luego.
–Hace muchos años, en la antigua India, un marajá quiso erigir un gran tributo a su esposa como muestra del amor y el cariño que sentía por ella. El marajá quería construir un edificio que no se pareciera a ningún otro, un edificio que brillara en la noche y que la gente pudiera admirar en siglos venideros. Así que día a día, bloque a bloque, sus obreros se afanaban bajo un sol abrasador. El edificio iba tomando cuerpo poco a poco, cada vez se parecía más a un monumento, un hito de amor des-tacándose contra el azul cielo indio. Finalmente, tras veintidós años de avances paulatinos, el palacio de mármol puro quedó terminado. ¿Sabes de qué estoy hablando?
–Ni idea.
–Del Taj Mahal, una de las siete maravillas del mundo. Lo que trato de decir es simple: todos los pobladores de este planeta son una maravilla. Cada uno de nosotros es un héroe, de un modo u otro. Cada uno de no-sotros tiene el potencial para hacer grandes cosas, para alcanzar la felici-dad y sentirse satisfecho. Todo lo que se necesita es dar pequeños pasos en la dirección que marcan nuestros sueños. Como el Taj Mahal, una vida col¬mada de maravillas se construye día a día, bloque a bloque. Las pe-queñas victorias conducen a las grandes victorias. Esos cam¬bios casi insignificantes, esas mejoras que te he sugerido, produ¬cirán hábitos positivos. Los hábitos positivos producirán a su vez resultados. Y los resultados inspirarán un cambio más im¬portante en lo personal. Empieza a vivir cada día como si fuera el último. A partir de hoy, aprende más, ríe más y haz lo que real¬mente te encanta hacer. No renuncies a tu destino: lo que está detrás de ti y lo que está delante de ti importa poco comparado con lo que está dentro de ti.
Y sin decir más, Julián Mantle, el abogado millonario con¬vertido en monje esclarecido, se puso en pie, me abrazó como al hermano que nunca tuvo y salió de mi sala de estar al calor de otro día sofocante. Al quedarme solo y reflexionar, advertí que la única prueba que tenía de la extraordinaria visita de aquel sabio mensajero descansaba delante de mí sobre la mesita de centro. Era su taza vacía.
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