lunes, 25 de octubre de 2010
DIEZ
El poder de la disciplina
–Recordarás que nuestro amigo el voluminoso luchador estaba desnu-do.
–Sin contar el cable de alambre color de rosa que cubría sus partes pu-dendas –repuse animadamente.
–Cierto –asintió Julián–. El cable rosa servirá para re¬cordarte el poder de la disciplina cuando quieres forjarte una vida más plena, feliz y esclareci-da. Los maestros de Sivana eran sin duda las personas más sanas, conten-tas y serenas que he conocido jamás. Pero también las más disciplinadas. Estos sabios me enseñaron que la virtud de la autodisciplina es como un cable de alambre. ¿Alguna vez te has parado a exa¬minar un cable, John?
–Es la virtud esencial de toda persona que se ha creado una vida llena de pasión, potencialidad y paz.
Julián sacó de su túnica un medallón de plata, de esos que se ven en una exposición sobre el Antiguo Egipto.
–No era necesario –bromeé.
–Los Sabios de Sivana me lo regalaron la última noche que pasé con ellos. Fue una jubilosa celebración entre miembros de una familia que vivía la vida al máximo. Fue también una de las noches más memorables, y más tristes, de mi vida. Yo no quería abandonar el nirvana de Sivana. Aquél era mi santuario, un oa¬sis de cosas buenas. Los sabios se habían convertido en mis her¬manos espirituales. Una parte de mi vida se quedó allá arriba, en el Himalaya.
–¿Qué dicen las palabras grabadas en el medallón?
–Te las leeré. No las olvides nunca, John. A mí me han ayudado mucho cuando la situación se ponía difícil. Rezo para que a ti también te consuelen en momentos de apuro. Escucha:
Mediante el acero de la disciplina, forjarás un carácter col¬mado de coraje y de paz. Mediante la virtud de la voluntad, es¬tás destinado a al-canzar el más alto ideal de la vida y a vivir en una mansión celestial llena de cosas buenas, de vitalidad y ale¬gría. Sin ello, estás perdido como un marino sin brújula, ese marino que al final se hunde con su barco.
–Nunca he pensado en la importancia del autodominio –admití–, aun-que algunas veces sí he deseado ser más disci¬plinado. ¿Estás diciendo con esto que la disciplina se puede desarrollar igual que mi hijo mayor desarrolla sus bíceps en el gimnasio?
–La analogía es excelente. Tú pones en forma tu fuerza de voluntad co-mo tu hijo pone en forma su musculatura. Cual¬quier persona, por más débil o aletargada que pueda estar aho¬ra, puede ganar en disciplina en un plazo relativamente corto. Gandhi es un buen ejemplo. Cuando la gente piensa en este santo moderno suele recordar a un hombre que podía estar se¬manas sin comer y soportar tremendos dolores en aras de sus convicciones. Pero si estudias la vida de Gandhi, verás que no siempre fue un maestro del autodominio.
–No me dirás que Gandhi era adicto al chocolate, ¿verdad?
–Claro que no, John. En su época de abogado en Sudáfrica, era propenso a arranques y exabruptos, y las disciplinas del ayuno y la medi-tación le eran tan extrañas como el sencillo ta¬parrabos blanco que al final se convirtió en su seña de iden¬tidad.
–¿Sugieres que con una buena mezcla de adiestramiento y preparación yo podría tener la misma fuerza de voluntad que Gandhi?
–Todos somos diferentes. Uno de los principios funda¬mentales que el yo-gui Raman me enseñó es que las personas realmente esclarecidas nunca buscan ser como otros, sino que persiguen ser superiores a su propio yo. No compitas con los demás. Compite contigo mismo –replicó Julián.
»Cuando tengas autodominio, dispondrás de fortaleza para hacer lo que siempre has querido hacer, tanto si es entrenarte para la maratón como si es dominar el arte del rajting o dejar la abogacía y dedicarte a la pintura. No te voy a juzgar, tus sueños son sólo tuyos. Sólo te digo que todas estas cosas estarán a tu alcance cuando cultives las reservas dormidas de tu fuerza de voluntad.
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