lunes, 25 de octubre de 2010


ONCE
La más preciada mercancía

–¿Así que esos monjes perdidos en las cumbres del Himalaya respetaban el tiempo?
–Todos ellos comprendían perfectamente la importancia del tiempo. To-dos habían desarrollado lo que yo llamo una «conciencia del tiempo». El tiempo se nos escurre de las manos como granitos de arena, y ya no vuel-ve. Quienes usan el tiempo sabiamente desde una edad temprana tienen la recompensa de una vida rica y productiva. Quienes jamás han conocido el principio de que «dominar el tiempo es dominar la vida» nun-ca llegarán a ser conscientes de su enorme potencial humano. El tiempo todo lo iguala. Tanto el rico como el desposeído, tan¬to el que vive en Texas como el que vive en Tokio, todos disponemos de los mismos días de veinticuatro horas. Lo que distin¬gue a quienes viven una vida de excepción es el modo en que emplean el tiempo.
–Una vez oí decir a mi padre que la gente atareada es la única que tiene tiempo de sobra. ¿Tú qué opinas?
–Estoy de acuerdo. La gente productiva y atareada es muy eficaz con su tiempo; no le queda otro remedio si quiere sobrevi¬vir. Ser bueno administrando el tiempo no significa volverse adic¬to al trabajo. Al contrario, dominar el tiempo te permite disponer de más tiempo para hacer las cosas que para ti tienen más signi¬ficado. El dominio del tiempo conduce al dominio de la vida. Adminístralo bien. Y recuerda que es un recurso no renovable.
»Déjame ponerte un ejemplo. Supón que es lunes por la mañana y que tienes un montón de citas, reuniones y compa¬recencias. En vez de levan-tarte a las 6.30, tomar un café a toda prisa y salir pitando hacia el trabajo para pasarte el día con la len¬gua fuera, imagina que te tomas quince minutos la noche antes para planear tu jornada. O, más efectivo aún, supón que te to¬mas una hora de tu domingo para organizarte la semana. En tu agenda has anotado cuándo debes reunirte con tus clien-tes, cuándo te dedicarás a investigaciones legales y cuándo devol¬verás llamadas telefónicas. Es más, tus objetivos personales, sociales y espirituales para la semana también constan en tu agenda. Con este acto tan sencillo das equilibrio a tu vida. Ase¬gurando los aspectos más vitales de tu vida en un programa diario, estás asegurando que la se-mana de trabajo, y tu vida, con¬serve su paz y su significado.
–No estarás sugiriendo que me tome un descanso en plena actividad para pasear por el parque o irme a meditar, ¿verdad?
–Naturalmente que sí. ¿Por qué te aferras tanto a las con¬venciones? ¿Por qué piensas que has de hacer lo que hacen los demás? Corre tu propia carrera, John. ¿Por qué no empiezas a trabajar una hora antes y así puedes ir a pasear a media mañana por ese hermoso parque que hay cerca de tu oficina? ¿O por qué no haces unas horas extra a principios de semana para ter¬minar el viernes con tiempo de sobra para llevar a tus hijos al zoo? ¿O por qué no empiezas a trabajar en tu casa un par de días por semana y así ves más a tu familia? Sólo estoy diciendo que planifiques el trabajo y administres tu tiempo de manera creativa. Concéntrate en tus prioridades; las cosas más impor¬tantes de tu vida no deberían ser sacrificadas a las menos im¬portantes. Y recuerda que quien fracasa en la planificación, pla¬nifica su fracaso. Anotando no sólo tus citas de trabajo sino también tus compromisos contigo mismo de leer, relajarte o es¬cribir una carta de amor a tu esposa, serás mucho más produc¬tivo con tu tiempo. No olvides que el tiempo que empleas en enriquecer tus horas de asueto no es tiempo malgastado; eso hará que seas mucho más eficiente cuando estés trabajando. Deja de vivir en compartimientos estancos y entiende de una vez por todas que cuanto haces forma un todo indivisible. Tu comportamiento en casa afecta a tu comportamiento en el tra¬bajo. Tu trato con la gente en la oficina afecta al trato que das a tu familia y tus amigos.
–De acuerdo, Julián, pero es que yo no tengo tiempo de descansar en mitad del día. De hecho, trabajo hasta la noche. Últimamente mi horario me tiene colapsado. –Noté un vahí¬do en el estómago al pensar en la cantidad de trabajo que me esperaba.
–Estar ocupado no es excusa. La cuestión es: ¿qué es lo que te tiene tan ocupado? Una de las grandes reglas que apren¬dí de aquel viejo sabio es que el ochenta por ciento de los resul¬tados que consigues en la vida viene de sólo el veinte por ciento de las actividades que ocupan tu tiempo. El yogui Raman lo llamaba «la vieja regla del Veinte».
–No te sigo.
–Bien. Volvamos a tu apretado lunes. De la mañana a la noche podrías emplear el tiempo haciendo muchas cosas, des¬de hablar por teléfono con clientes y redactar alegatos hasta leerle un cuento a tu hijo pequeño o jugar al ajedrez con tu mujer. ¿De acuerdo?
–Sí.
–Pero de los cientos de actividades a los que dedicas tu tiempo, sólo un veinte por ciento te dará resultados duraderos y reales. Sólo el veinte por ciento de lo que hagas tendrá in¬fluencia sobre la calidad de tu vida. Ésas son las actividades de «alto impacto». Por ejemplo, a diez años vista, ¿cre-es que todo el tiempo que habrás pasado chismorreando en un restaurante lleno de humo o viendo la televisión habrá servido para algo?
–No, supongo que no.
–Bien. Entonces estarás de acuerdo también en que hay ciertas activi-dades que sí interesan, y mucho.
–¿Quieres decir, por ejemplo, el tiempo invertido en mejo¬rar mis conoci-mientos legales, en enriquecer mis relaciones con los clientes y en ser un abogado más eficiente?
–Sí, y el tiempo invertido en fomentar tu relación con Jenny y con los chi-cos. Tiempo invertido en estar en contacto con la naturaleza y agradecer todo lo que tienes la suerte de poseer. Tiempo invertido en renovar tu mente, tu cuerpo y tu espíritu.

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