lunes, 25 de octubre de 2010


OCHO

Encender el fuego interior


–El día en que el yogui Raman me explicó esta pequeña fá¬bula, allá en las cumbres del Himalaya, fue bastante similar al de hoy en muchos aspectos –dijo Julián.
–¿De veras?
–Nos encontramos al anochecer y nos despedimos de madrugada. Se produjo tal química entre los dos que el aire parecía crepitar de electrici-dad. Como te he mencionado antes, desde el momento en que conocí a Raman tuve la sen¬sación de que era para mí el hermano que nunca tuve. Esta noche, sentado aquí y disfrutando de esa mirada tuya de in-triga, siento la misma energía y el mismo vínculo. Te diré también que siempre pensé en ti como en un hermano pe¬queño. Y para serte franco, veía muchas cosas de mí mis¬mo en ti.
–Eras un abogado increíble, Julián. Yo jamás olvidaré tu convicción.
Pero Julián no tenía el menor deseo de explorar sus gestas pasadas.
–John, quisiera seguir compartiendo contigo los elemen¬tos de la fábula del yogui Raman, pero antes debo confirmar una cosa. Has aprendido ya una serie de eficaces estrategias para el cambio personal que pueden hacer maravillas si eres perseverante en su aplicación. Esta noche voy a abrirte mi cora¬zón y a revelarte todo cuanto sé, pues es mi deber hacerlo. Sólo quiero cerciorarme de que entiendes lo importante que es que tú pases este saber a todos aquellos que estén buscando una orientación. Vivimos en un mundo atribulado. Lo negativo lo invade todo y en nuestra sociedad muchas personas flotan como barcos sin timón, almas cansadas en busca de un faro que les impida estrellarse contra las rocas de la costa. Tú debes ha¬cer las veces de capitán. Deposito mi confianza en ti para que lleves el mensaje de Sivana a todos aquellos que lo necesiten.
Tras reflexionar, prometí a Julián que aceptaba el encargo. Acto segui-do, él siguió hablando con pasión.
–Lo hermoso de todo este ejercicio es que mientras te afa¬nas en mejorar las vidas de otras personas, la tuya propia se eleva a las más altas dimen-siones. Es una verdad basada en un viejo paradigma para la vida extraordinaria.
–Soy todo oídos.
–Básicamente, los sabios del Himalaya se guiaban por una regla muy sencilla: el que más sirve más cosecha, emocional, fí¬sica, mental y espiri-tualmente. Éste es el camino hacia la paz interior y la realización exterior.
Leí una vez que la gente que estudia a los demás es sabia y que la que se estudia a sí misma es esclarecida. Por primera vez, quizá, estaba ante un hombre que se conocía realmente a sí mismo. Con su austero ropaje y la media sonrisa de un Buda joven en su cara saludable, Julián Mantle parecía tenerlo todo: salud perfecta, felicidad y un imperioso sentido de su papel en el calidoscopio del universo.

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