lunes, 25 de octubre de 2010


NUEVE

El viejo arte del autoliderazgo

–El tiempo vuela –dijo Julián antes de servirse otra taza de té–. Pronto amanecerá. ¿Quieres que continúe o ya tienes suficiente por esta no-che?
De ninguna manera pensaba yo dejar que este hombre, que atesoraba tanta sabiduría, se fuera sin completar su historia. Al principio su relato me pareció fantasioso. Pero a medida que escuchaba y asimilaba la antiquí-sima filosofía que se le había otorgado, acabé creyendo firmemente en lo que decía. Aquí no se trataba de las especulaciones de un merca-chifle de tres al cuarto. Julián era muy auténtico. Y su mensaje sonaba a verdad. Yo confiaba en él.
–Sigue, Julián, por favor. Tengo todo el tiempo del mundo. Esta noche los chicos duermen en casa de sus abuelos, y Jenny aún tardará horas en levantarse.
Notando mi sinceridad, Julián continuó con la fábula sim¬bólica que el yogui Raman le había ofrecido para ilustrar sus métodos para una vida más plena y radiante.
–He explicado que el jardín representa ese otro fértil jar¬dín, el de tu men-te, que está lleno de tesoros y riquezas ilimita¬das. También he hablado del faro y de que representa el poder de los objetivos y la importancia de descubrir la propia voca¬ción. Recordarás que la puerta del faro se abría lentamente y que de él salía un poderoso luchador de sumo japonés.
–Como he mencionado antes, John, el éxito externo em¬pieza por el éxito interno. Si de veras quieres mejorar tu mundo exterior, llámese tu salud, tus relaciones o tus finanzas, debes primero mejorar tu mundo interior. El modo más eficaz de con¬seguirlo es mediante la práctica de una continua autosuperación.

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