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lunes, 25 de octubre de 2010
TRECE
El secreto de la felicidad de por vida
Más de doce horas habían transcurrido desde que Julián lle¬gara a mi casa la noche anterior para explicarme las enseñanzas que él había re-cibido en Sivana; las doce horas más importantes de mi vida. De improviso me sentía jubiloso, motivado e inclu¬so liberado. Julián había cambiado mi manera de ver la vida con la fábula del yogui Raman y las virtudes que representaba. Me daba cuenta de que no había empezado siquiera a explorar las posibilidades de mi potencialidad. Había estado derrochan¬do los dones que la vida había puesto a mi paso. Las enseñan-zas de Julián me habían brindado la oportunidad de luchar a brazo partido con las heridas que me impedían vivir con la risa, la energía y la satisfacción que yo sabía que merecía. Estaba emocionado.
–Tendré que irme pronto. Tú tienes compromisos que te urgen y yo tengo cosas que hacer –dijo Julián con tono de dis¬culpa.
–Mi trabajo puede esperar.
–El mío no –dijo con una sonrisa–. Pero antes de partir debo revelarte el último elemento de la fábula mágica. Recorda¬rás que el luchador de su-mo salía del faro sin nada encima salvo un cable rosa que le cubría las partes, resbalaba en un cronó¬grafo de oro y caía al suelo. Tras lo que pa-recía una eternidad, finalmente recobraba el conocimiento al percibir la fragancia de las rosas amarillas. El luchador se ponía en pie de un salto y quedaba pasmado al ver un largo y sinuoso sendero atiborrado de pe-queños diamantes. Pues bien, nuestro amigo el luchador enfilaba ese ca-mino y vivía feliz para siempre.
–No está mal. –Reí.
–El yogui Raman tenía una gran imaginación, lo reconoz¬co. Pero tú has visto que la historia encierra una finalidad y que los principios que sim-boliza no sólo son poderosos sino suma¬mente prácticos.
–Es verdad –admití.
–El sendero de los diamantes te recordará, pues, la virtud final de la vida esclarecida. Aplicando este principio a lo largo de tu jornada de trabajo, podrás enriquecer tu vida de un modo que me resulta difícil describir. Em-pezarás a ver exquisitas ma¬ravillas en las cosas más simples y vivirás en el éxtasis que te mereces. Y cumpliendo tu promesa de compartir esta sabi-duría con otras personas, facilitarás que también ellos transformen su mundo de ordinario en extraordinario.
–¿Me costará mucho aprender esto?
–El principio en sí es muy fácil de entender. Pero aprender a aplicarlo con eficacia en todos los momentos del día te llevará un par de semanas de práctica continuada.
–Adelante, me muero de ganas.
–Los Sabios de Sivana creían que una vida realmente gozosa y gratificante sólo se consigue mediante un proceso que ellos llamaban «vivir en el ahora». Los yoguis sabían que el pasado ya no está y que el futuro es un sol lejano en el horizonte de tu imaginación. El momento que cuenta es el ahora. Aprende a vi¬vir en él, a paladearlo.
–Entiendo lo que dices, Julián. Parece que siempre estoy preocupándo-me por cosas pasadas que no tengo el poder de cambiar, cuando no por cosas venideras, que luego nunca lle¬gan. Siempre tengo en la cabe-za mil pensamientos que me arrastran hacia mil direcciones diferentes. Es muy frustrante.
–¿Por qué?
–¡Eso me agota! Será que no tengo la conciencia tranquila. Y sin embar-go ha habido momentos en que mi mente estaba ocupada sólo en lo que tenía ante mí. A veces me pasaba cuan¬do tenía algún resumen que hacer y no me quedaba tiempo para pensar en otra cosa que en esa ta-rea. También lo he experi¬mentado cuando jugaba al fútbol con los chi-cos y quería ganar. Las horas me pasaban volando. Era como si lo único importan¬te fuera lo que estaba haciendo en ese preciso instante. Todo lo demás, las preocupaciones, las facturas, la abogacía, no impor¬taba. Y ahora que lo pienso, creo que en esos momentos es cuando más sosega-do me encontraba.
–Buscar algo que te plantea un verdadero reto es la ruta más segura para la satisfacción personal. Pero la auténtica clave a recordar es que la felicidad es un viaje, no un destino. Vive hoy, pues ya no habrá otro día igual que éste –afirmó Julián, juntando las manos como para ofrecer una oración de gracias por ser conocedor de lo que acababa de decir.
–¿Ése es el principio que el sendero de los diamantes sim¬boliza en la fábula del yogui Raman?
–Sí. Igual que el luchador de sumo encuentra la satisfacción y la alegría andando por esa senda, tú puedes tener la vida que mereces tan pronto empieces a comprender que el sendero por el que estás caminando está lleno de diamantes y otros tesoros. No pases tanto tiempo persiguiendo los grandes placeres de la vida mientras descuidas los pequeños. Afloja el ritmo. Disfruta la belleza de todo cuanto te rodea. Te lo debes a ti mismo.
–¿Significa eso que debería dejar de marcarme grandes ob¬jetivos para el futuro y concentrarme en el presente?
–No –replicó Julián–. Como he dicho antes, los objeti¬vos y los sueños de futuro son esenciales en toda vida de éxito. Esperar lo que vendrá a continuación es lo que te hace levan¬tar de la cama cada mañana y lo que te inspira día a día. Las metas dan vigor a la vida. Lo que digo es que no dejes de lado la felicidad por temor de la realización. No dejes para más tarde las cosas que son importantes para tu bienestar y tu satis-facción personal. Has de vivir plenamente el día de hoy, no esperes a ganar la lotería o a jubilarte. La vida no hay que pos¬tergarla.
Julián se puso en pie y empezó a pasearse por el salón, como un aboga-do veterano que estuviera desgranando sus últi¬mos argumentos en su apasionado alegato final.
–No te engañes pensando que serás un marido más afec¬tuoso cuando tu bufete contrate a unos cuanto abogados jóve¬nes para aligerar la car-ga. No te engañes creyendo que empeza¬rás a enriquecer tu mente, cui-dar tu cuerpo y nutrir tu alma cuando tu cuenta bancaria sea más vo-luminosa y dispongas de más tiempo libre. Hoy es el día de disfrutar el fruto de tus es¬fuerzos. Hoy es el día de agarrar la oportunidad y vivir una vida pletórica. Hoy es el día de vivir según tu imaginación, de cose¬char tus sueños. Y, por favor, jamás olvides el don de la familia.
–No estoy seguro de saber lo que quieres decirme.
–Vive la infancia de tus hijos –dijo.
–¿Qué? –repuse perplejo por la aparente paradoja.
–Pocas cosas hay tan importantes como formar parte de la infancia de tus hijos. ¿Qué sentido tiene subir los peldaños del éxito si te pierdes los primeros pasos de tus hijos? ¿Qué sentido tiene poseer la casa más grande de tu barrio si no tienes tiempo de crear un hogar? ¿De qué sirve ser conocido en todo el país como un excelente abogado si tus hijos no conocen siquiera a su padre? –Julián hablaba ahora temblando de emoción–. Sé de lo que hablo.
Este último comentario me anonadó. Todo lo que yo sabía de Julián era que había sido un superabogado que se codeaba con los ricos y los fa-mosos. Sus aventuras con nubiles modelos eran casi tan legendarias como su destreza en el tribunal. ¿Qué podía saber este ex millonario y playboy de lo que era ser padre? ¿Qué podía saber él del esfuerzo diario a que yo me enfrentaba tratando de ser al mismo tiempo un gran padre y un abogado de éxito? Pero el sexto sentido de Julián me cautivó.
–Yo también sé algo de esas bendiciones a las que llama¬mos hijos –dijo en voz baja.
–Pero yo pensaba que eras el soltero más cotizado de la ciudad antes de que arrojaras la toalla y renunciaras a la abo¬gacía.
–Cuando aún no me obnubilaba la ilusión del frenético es¬tilo de vida por el que me hice famoso, estuve casado. –Hizo una pausa, como un niño antes de decir a su mejor amigo un secreto muy bien guardado–. Lo que ignoras es que también tuve una hija. Era la criatura más dulce y delicada que he cono¬cido. Por entonces yo era como tú cuando nos conocimos: en¬greído, ambicioso y lleno de esperanza. Tenía todo lo que se podía desear. La gente me decía que mi futuro era brillante, que mi esposa era hermosa y mi hija maravillosa. Pero cuando la vida parecía tan perfecta, me quedé sin nada de la noche a la mañana.
Por primera vez desde su regreso, la cara alegre de Julián se sumió en la tristeza. Una lágrima resbaló por una de sus bron¬ceadas mejillas y cayó sobre la tela aterciopelada de su túnica roja. Me quedé perplejo.
–No tienes por qué continuar, Julián –dije, poniendo un brazo sobre su hombro para consolarle.
–Quiero hacerlo, John. De todos cuantos conocí en mi an¬tigua vida, tú eras el más prometedor. Como te he dicho, me recordabas mucho a mí mismo cuando era joven. Incluso aho¬ra, aún tienes mucho que decir. Pero si sigues viviendo de esta manera, vas camino del desastre. Aún tienes muchas maravillas que explorar, muchos momentos para disfrutar.
»El conductor borracho que mató a mi hija no se llevó sola¬mente una vi-da preciosa en aquella soleada tarde de octubre, sino dos. Al fallecer mi hija, mi vida dio un vuelco. Empecé a pasarme el día entero en mi despa-cho, esperando tontamente que mi profesión me salvara del dolor. Algu-nos días dormía in¬cluso en un diván de la oficina, pues temía volver a casa y en¬frentarme a los recuerdos. Y si bien mi carrera experimentó un brusco despegue, mi mundo interior era un desastre. Mi mujer, que había sido mi compañera de siempre desde la facultad, me dejó alegando como razón principal, la gota que colma el vaso, mi obsesión por el trabajo. Mi salud se deterioró y fui cayendo en la espiral de esa vida infame en que estaba metido cuando nos conocimos. Tenía todo lo que se podía comprar con dinero, por supuesto. Pero a cambio vendí mi alma –concluyó emo¬cionado, fallándole la voz.
–Entonces cuando dices «vive la infancia de tus hijos», me estás diciendo que dedique tiempo a verlos crecer. Es eso, ¿verdad?
–Incluso hoy, veintisiete años después de que ella nos de¬jara mientras la acompañábamos a la fiesta de cumpleaños de su mejor amiga, daría cualquier cosa por oír la risa de mi hija una vez más, o jugar con ella al es-condite como hacíamos en nuestro jardín. Me encantaría poder abra-zarla y acariciar sus cabellos dorados. Ella se llevó una parte de mi co-razón al morir. Y aunque mi vida ha encontrado nueva inspiración desde que descubrí el camino del esclarecimiento allá en Sivana, no pasa un solo día que no vea la sonrosada cara de mi hija en mi mente. Tienes unos hijos preciosos, John. No te pierdas el bosque por culpa de los árboles. El mejor regalo que puedes dar a tus hijos es tu amor. Procura conocerlos. Muéstrales que son más importantes para ti que las fugaces recompensas de tu profesión. Ellos se marcharán muy pronto, formarán una familia. Entonces será demasiado tarde, ya no habrá tiempo.
Julián me había llegado a lo más hondo. Supongo que yo sabía desde hace tiempo que mi adicción al trabajo estaba aflo¬jando poco a poco mis lazos familiares. Pero era como las bra¬sas que arden lentamente, acumulando energía antes de revelar todo el alcance de su potencial destructivo. Sabía que mis hijos me necesitaban, aunque ellos no me lo hubieran dicho. El tiem¬po iba pasando y mis hijos crecían rápidamente. Yo no recorda¬ba cuándo había sido la última vez que mi hijo Andy y yo ha¬bíamos dedicado una mañana de sábado para ir a pescar a ese sitio que tanto le gustaba a su abuelo. Hubo un tiempo en que íbamos a pescar cada semana. Ahora se había convertido en un recuerdo lejano.
Cuanto más pensaba en ello, más me afectaba. Recitales de piano, jue-gos de Navidad, campeonatos infantiles, todo había quedado relegado en beneficio de mi carrera profesional.
No había duda de que me estaba deslizando por esa pen¬diente peligro-sa que mencionaba Julián. En ese instante decidí cambiar.
–La felicidad es un viaje –prosiguió Julián, hablando otra vez con pa-sión–. Es también una elección que tú debes hacer. Puedes maravillarte de los diamantes que hay en el ca¬mino o puedes seguir corriendo toda tu vida, persiguiendo ese cofre del tesoro que a la postre resulta estar vacío. Disfruta esos momentos que cada día te ofrece, porque hoy es lo único que tienes.
–¿Se puede aprender a vivir en el presente?
–Desde luego. Sean cuales sean tus circunstancias actua¬les, puedes en-trenarte para disfrutar el don de la vida y llenar tu existencia con las joyas de la vida cotidiana.
–¿No eres demasiado optimista? Piensa en alguien que lo ha perdido to-do debido a un mal negocio. Imagina que no sólo está en bancarrota fi-nanciera sino también emocional.
–La magnitud de tu cuenta bancaria y la de tu casa no tie¬nen nada que ver con la sensación de alegría. Este mundo está lleno de millonarios desdichados. ¿Crees que a los sabios que conocí en Sivana les preocu-paba tener una cuenta saneada y adquirir una casa de veraneo en la Costa Azul?
–Entiendo.
–Hay una gran diferencia entre tener mucho dinero y tener mucha vida. Cuando empieces a emplear aunque sean cinco minutos al día en prac-ticar el arte de la gratitud, cultivarás la ri¬queza de la vida que persigues. Incluso esa persona que men¬cionabas en tu ejemplo puede encontrar muchas cosas por las que estar agradecido, sea cual sean sus apuros económicos. Pre¬gúntale si aún conserva la salud, la familia y la buena re-puta¬ción. Pregúntale si le complace ser ciudadano de este gran país y si tiene un techo sobre su cabeza. Tal vez no tenga otros acti¬vos que una gran capacidad para trabajar y tener grandes sue¬ños. Sin embargo, se trata de cosas por las que debería sentirse agradecido. Incluso los pájaros que cantan frente a tu ventana en un espléndido día de verano son también un regalo para la persona sabia. Recuerda, John, la vida no siempre te da lo que pides, pero sí te da lo que necesitas.
–Entonces, dar gracias cada día por lo que tengo, sea ma¬terial o espiri-tual, ¿me hará desarrollar el hábito de vivir el pre¬sente?
–Sí. Es un método muy efectivo para vivir a fondo tu vida. Cuando sabo-reas el «ahora», lo que haces es avivar el fuego de la vida que permite cultivar tu destino.
–¿Cultivar mi destino?
–Sí. He dicho antes que todos recibimos ciertos talentos, ciertas apti-tudes. Cada individuo es un genio.
–No conoces a algunos abogados con los que trabajo –bromeé.
–Todo el mundo –dijo Julián enfáticamente–. Todos tenemos algo para lo que estamos hechos. Tu genio saldrá a re¬lucir y serás feliz tan pronto descubras tu propósito y dirijas hacia él todas tus energías. Una vez estés conectado con esta misión, tanto si se trata de ser un gran profesor o un inspirado artista, tus deseos se colmarán sin esfuerzo. Ni siquiera tendrás que probarlo. En realidad, cuanto más lo intentas, más tardas en lograr tus objetivos. Lo que debes hacer es seguir el camino que marcan tus sueños confiando plenamente en la recompen¬sa. Eso te llevará a tu destino divino.
»Cuando yo era pequeño, a mi padre le encantaba leerme un cuento de hadas titulado Pedro y el hilo mágico. Pedro era un niño muy vivara-cho. Todos le querían: su familia, sus maestros y sus amigos. Pero tenía una debilidad.
–¿Cuál?
–Era incapaz de vivir el momento. No había aprendido a disfrutar el pro-ceso de la vida. Cuando estaba en el colegio, so¬ñaba con estar jugando fuera. Cuando estaba jugando soñaba con las vacaciones de verano. Pedro estaba todo el día soñando, sin tomarse el tiempo de saborear los momentos especiales de su vida cotidiana. Una mañana, Pedro estaba caminando por un bosque cercano a su casa. Al rato, decidió sentarse a descan¬sar en un trecho de hierba y al final se quedó dormido. Tras unos minutos de sueño profundo, oyó a alguien gritar su nom¬bre con voz agu-da. Al abrir los ojos, se sorprendió de ver una mujer de pie a su lado. Debía de tener unos cien años y sus ca¬bellos blancos como la nieve caían sobre su espalda como una apelmazada manta de lana. En la arrugada mano de la mujer había una pequeña pelota mágica con un agujero en su centro, y del agujero colgaba un largo hilo de oro.
»La anciana le dijo: "Pedro, éste es el hilo de tu vida. Si tiras un poco de él, una hora pasará en cuestión de segundos. Y si ti¬ras con todas tus fuerzas, pasarán meses o incluso años en cues¬tión de días." Pedro estaba muy excitado por este descubri¬miento. "¿Podría quedarme la pelota?", preguntó. La anciana se la entregó.
»Al día siguiente, en clase, Pedro se sentía inquieto y aburri¬do. De pronto recordó su nuevo juguete. Al tirar un poco del hilo dorado, se encontró en su casa jugando en el jardín. Cons¬ciente del poder del hilo mágico, se cansó enseguida de ser un colegial y quiso ser adolescente, pensando en la excitación que esa fase de su vida podía traer consigo. Así que tiró una vez más del hilo dorado.
»De pronto, ya era un adolescente y tenía una bonita amiga llamada Elisa. Pero Pedro no estaba contento. No había apren¬dido a disfrutar el presente y a explorar las maravillas de cada etapa de su vida. Así que sacó la pelota y volvió a tirar del hilo, y muchos años pasaron en un instante. Ahora se vio transfor¬mado en un hombre adulto. Elisa era su esposa y Pedro estaba rodeado de hijos. Pero Pedro reparó en otra cosa. Su pelo, antes negro como el carbón, había empezado a encanecer. Y su ma¬dre, a la que tanto quería, se había vuelto vieja y frágil. Pero él seguía sin poder vivir el momento. De modo que, una vez más, tiró del hilo mágico y esperó a que se produjeran cambios.
»Pedro comprobó que ahora tenía noventa años. Su mata de pelo ne-gro se había vuelto blanca y su bella esposa, vieja también, había muerto unos años atrás. Sus hijos se habían he¬cho mayores y habían iniciado vidas propias lejos de casa. Por primera vez en su vida, Pedro comprendió que no había sabido disfrutar de la maravillas de la vida. Nunca había ido a pescar con sus hijos ni paseado con Elisa a la luz de la luna. Nunca ha¬bía plantado un huerto ni leído aquellos hermosos libros que a su madre le encantaba leer. En cambio, había pasado por la vida a toda prisa, sin pararse a ver todo lo bueno que había en el camino.
»Pedro se puso muy triste y decidió ir al bosque donde solía pasear de muchacho para aclarar sus ideas y templar su espíri¬tu. Al adentrarse en el bosque, advirtió que los arbolitos de su niñez se habían convertido en ro-bles imponentes. El bosque mismo era ahora un paraíso natural. Se tumbó en un trecho de hierba y se durmió profundamente. Al cabo de un minuto, oyó una voz que le llamaba. Alzó los ojos y vio que se trataba nada menos que de la anciana que muchos años atrás le había regala-do el hilo mágico. "¿Has disfrutado de mi regalo?", preguntó ella. Pedro no vaciló al responder: "Al principio fue divertido pero ahora odio esa pelota. La vida me ha pasado sin que me enterase, sin poder disfrutarla. Claro que habría habido mo¬mentos tristes y momentos estupendos, pero no he tenido oportunidad de experimentar ninguno de los dos. Me siento vacío por dentro. Me he perdido el don de la vida." "Eres un desagradecido, pero igualmente te concederé un último deseo", dijo la anciana. Pedro pensó unos instantes y luego respondió: "Quisiera volver a ser un niño y vivir otra vez la vida." Dicho esto se quedó otra vez dormido.
»Pedro volvió a oír una voz que le llamaba y abrió los ojos. ¿Quién podrá ser ahora?, se preguntó. Cuál no sería su sorpre¬sa cuando vio a su madre de pie a su lado. Tenía un aspecto ju¬venil, saludable y radiante. Pedro comprendió que la extraña mujer del bosque le había concedido el de-seo de volver a su ni¬ñez. "Date prisa, Pedro. Duermes demasiado. Tus sue-ños te ha¬rán llegar tarde a la escuela si no te levantas inmediatamente", le reprendió su madre. Ni que decir tiene que Pedro saltó de la cama al momento y empezó a vivir la vida tal como había espe¬rado. Conoció muchos momentos buenos, muchas alegrías y triunfos, pero todo empezó cuando tomó la decisión de no sa¬crificar el presente por el futuro y em-pezó a vivir el ahora.
–Una historia sorprendente –dije.
–Por desgracia, John, la historia de Pedro y el hilo mágico no es más que eso, un cuento. En el mundo real nunca tenemos una segunda oportuni-dad de vivir la vida con plenitud. Hoy es tu oportunidad de despertar a ese regalo que es la vida... antes de que sea tarde. El tiempo se escurre entre los dedos como los gra¬nos de arena. Que este nuevo día sea el ini-cio de tu vida, el día en que tomas la decisión de concentrarte en lo más importante para ti. Toma la decisión de invertir más tiempo con quienes dan sentido a tu vida. Deléitate en el poder de esos momentos espe-ciales. Haz las cosas que siempre has querido hacer. Escala esa montaña que siempre has querido escalar o aprende a tocar la trompeta. Baila bajo la lluvia o monta un nuevo negocio. Apren¬de a amar la música, aprende un nuevo idioma y reaviva el placer de tu infancia. Deja de posponer tu felicidad a expensas de la rea¬lización. ¿Por qué no disfrutar del proceso? Empieza a atender a tu alma. Éste es el camino del nirvana.
–¿El nirvana?
–Los Sabios de Sivana aseguran que el destino final de to¬das las almas esclarecidas es un lugar llamado Nirvana. En rea¬lidad, más que un lugar físico, el nirvana es un estado que tras¬ciende todo lo conocido. En el nir-vana todo es posible. No hay sufrimiento, y la danza de la vida se ejecuta con perfección divi¬na. Alcanzar el nirvana es para los sabios entrar en el cielo sin abandonar la tierra. Ésta es su meta en la vida –comentó Ju¬lián, radiante de paz, casi como un ángel.
»Todos estamos aquí por una razón especial –dijo proféticamente–. Medita sobre tu verdadera vocación y sobre cómo puedes darte a los demás. Deja de ser un prisionero de la grave¬dad. Hoy mismo, prende la chispa de la vida y déjala arder. Empieza a aplicar los principios y las estrategias que he com¬partido contigo. Sé todo lo que puedas ser. Lle-gará el momento en que también tú probarás los frutos del nirvana.
–¿Cómo sabré cuándo he alcanzado ese estado de esclare¬cimiento?
–Pequeños indicios te lo irán mostrando. Empezarás a no¬tar la santidad en todo lo que te rodea: la divinidad de un rayo de luna, el encanto de un deslumbrante cielo azul en pleno verano, el fragante capullo de una margarita o la risa de un niño travieso.
–Julián, te prometo que el tiempo que has pasado conmi¬go no ha sido en vano. Me dedicaré a vivir según las enseñanzas de los Sabios de Si-vana y cumpliré mi promesa de compartirlas con personas que se bene-ficiarán de tu mensaje. Te doy mi pa¬labra –dije, sintiendo una gran emoción.
–Divulga el rico legado de los sabios. Quienes te rodean se beneficiarán de este saber y mejorarán la calidad de sus vidas, como tú mejorarás la tuya. Y recuerda que el viaje es para dis¬frutarlo. El camino es igual de bueno que su final.
Dejé que Julián continuara.
–El yogui Raman sabía mucho de contar historias, pero hay una que destaca sobre las demás. ¿Puedo contártela?
–Desde luego.
–Hace muchos años, en la antigua India, un marajá quiso erigir un gran tributo a su esposa como muestra del amor y el cariño que sentía por ella. El marajá quería construir un edificio que no se pareciera a ningún otro, un edificio que brillara en la noche y que la gente pudiera admirar en siglos venideros. Así que día a día, bloque a bloque, sus obreros se afanaban bajo un sol abrasador. El edificio iba tomando cuerpo poco a poco, cada vez se parecía más a un monumento, un hito de amor des-tacándose contra el azul cielo indio. Finalmente, tras veintidós años de avances paulatinos, el palacio de mármol puro quedó terminado. ¿Sabes de qué estoy hablando?
–Ni idea.
–Del Taj Mahal, una de las siete maravillas del mundo. Lo que trato de decir es simple: todos los pobladores de este planeta son una maravilla. Cada uno de nosotros es un héroe, de un modo u otro. Cada uno de no-sotros tiene el potencial para hacer grandes cosas, para alcanzar la felici-dad y sentirse satisfecho. Todo lo que se necesita es dar pequeños pasos en la dirección que marcan nuestros sueños. Como el Taj Mahal, una vida col¬mada de maravillas se construye día a día, bloque a bloque. Las pe-queñas victorias conducen a las grandes victorias. Esos cam¬bios casi insignificantes, esas mejoras que te he sugerido, produ¬cirán hábitos positivos. Los hábitos positivos producirán a su vez resultados. Y los resultados inspirarán un cambio más im¬portante en lo personal. Empieza a vivir cada día como si fuera el último. A partir de hoy, aprende más, ríe más y haz lo que real¬mente te encanta hacer. No renuncies a tu destino: lo que está detrás de ti y lo que está delante de ti importa poco comparado con lo que está dentro de ti.
Y sin decir más, Julián Mantle, el abogado millonario con¬vertido en monje esclarecido, se puso en pie, me abrazó como al hermano que nunca tuvo y salió de mi sala de estar al calor de otro día sofocante. Al quedarme solo y reflexionar, advertí que la única prueba que tenía de la extraordinaria visita de aquel sabio mensajero descansaba delante de mí sobre la mesita de centro. Era su taza vacía.
DOCE
El propósito fundamental de la vida
–Los Sabios de Sivana no eran sólo las personas más juve¬niles que he co-nocido –observó Julián–, sino también las más bondadosas. El yogui Ra-man me contó que de pequeño, cuando se acostaba, su padre iba a su choza cubierta de rosas y le preguntaba qué buenas obras había hecho durante el día. Lo creas o no, si el niño decía que no había hecho ningu-na, su pa¬dre le exigía que se levantara e hiciera algún acto altruista. De lo contrario no le dejaba acostarse.
»Una de las virtudes esenciales para la vida esclarecida que puedo compartir contigo, John, es ésta: en el último momento, al margen de lo que hayas conseguido, al margen de las casas de veraneo que puedas tener, al margen de los coches que puedas acumular en tu garaje, la ca-lidad de tu vida se reducirá a la cali¬dad de lo que has aportado.
–¿Tiene algo que ver con las rosas amarillas de la fábula del yogui Ra-man?
–Desde luego que sí. Las flores te recordarán el antiguo proverbio chino que dice: «La mano que te da unas rosas siem¬pre conserva un poco de la fragancia.» El sentido está claro: cuando trabajas para mejorar la vida de los demás, indirecta¬mente estás elevando la tuya. Cuando te preocupas de realizar actos bondadosos diariamente y al azar, tu propia vida se enri-quece y gana en significado. Para cultivar la santidad de cada día, sirve a los demás de alguna manera.
–¿Sugieres que me meta en alguna organización de volun¬tarios? –pregunté.
–Sería un excelente punto de partida. Pero en realidad es¬toy hablando de algo más filosófico. Lo que sugiero es que adoptes un nuevo paradig-ma de tu papel en este planeta.
–Me he perdido otra vez. Aclárame el sentido de la palabra «paradig-ma».
–Un paradigma no es más que un modo de ver una cir¬cunstancia o la vida en general. Algunas personas ven el vaso de la vida medio vacío. Los optimistas lo ven medio lleno. Inter¬pretan la misma circunstancia de manera distinta porque han adoptado un paradigma distinto. Un pa-radigma es, básicamen¬te, la lente a través de la cual ves los acontecimientos de la vida, tanto externos como internos.
–Entonces, cuando sugieres que adopte un nuevo paradig¬ma, ¿me es-tás diciendo que debo cambiar mi punto de vista?
–En cierto modo. Para mejorar drásticamente la calidad de tu vida, de-bes cultivar una nueva interpretación de por qué estás aquí en la tierra. Debes comprender que, del mismo modo que vi¬niste al mundo sin nada, tendrás que irte de él sin nada. Por con¬siguiente, sólo puede haber una única razón para que estés aquí.
–¿Y cuál sería?
–Entregarte a los demás y contribuir en todo lo que puedas. No estoy di-ciendo que no puedas tener tus juguetes o que hayas de dejar tu trabajo y dedicarte a los desposeídos, aunque recien¬temente he conocido perso-nas que han optado por esa línea de acción y están muy satisfechas. Nuestro mundo está en plena transformación. La gente cambia dinero por sentido. Abogados que juzgaban a la gente por la magnitud de sus carteras la juzgan ahora por la magnitud de su compromiso con los demás, por el tamaño de su corazón. Muchos profesores están abandonando la seguridad de sus aulas para nutrir el crecimiento intelectual de los chicos marginados. La gente ha oído claramente la llamada del cambio. Se dan cuenta de que están aquí por algo y que se les han concedido unos dones que pueden ayudarlos a realizar ese propósito.
–¿Qué clase de dones?
–Exactamente los mismos que te he mencionado esta no¬che: capaci-dad mental, energía sin límite, gran creatividad, dis¬ciplina y sosiego. Se trata de abrir todos esos tesoros y aplicar¬los en un bien común –comentó Julián.
–Entiendo. ¿Y cómo se empieza a hacer el bien?
–Sólo estoy diciendo que deberías considerar prioritario el cambiar tu vi-sión del mundo y empezar a verte no puramente como un individuo sino como parte de la colectividad.
–¿Que debería volverme más bueno y amable?
–Piensa que la cosa más noble que puedes hacer es dar a los otros.
ONCE
La más preciada mercancía
–¿Así que esos monjes perdidos en las cumbres del Himalaya respetaban el tiempo?
–Todos ellos comprendían perfectamente la importancia del tiempo. To-dos habían desarrollado lo que yo llamo una «conciencia del tiempo». El tiempo se nos escurre de las manos como granitos de arena, y ya no vuel-ve. Quienes usan el tiempo sabiamente desde una edad temprana tienen la recompensa de una vida rica y productiva. Quienes jamás han conocido el principio de que «dominar el tiempo es dominar la vida» nun-ca llegarán a ser conscientes de su enorme potencial humano. El tiempo todo lo iguala. Tanto el rico como el desposeído, tan¬to el que vive en Texas como el que vive en Tokio, todos disponemos de los mismos días de veinticuatro horas. Lo que distin¬gue a quienes viven una vida de excepción es el modo en que emplean el tiempo.
–Una vez oí decir a mi padre que la gente atareada es la única que tiene tiempo de sobra. ¿Tú qué opinas?
–Estoy de acuerdo. La gente productiva y atareada es muy eficaz con su tiempo; no le queda otro remedio si quiere sobrevi¬vir. Ser bueno administrando el tiempo no significa volverse adic¬to al trabajo. Al contrario, dominar el tiempo te permite disponer de más tiempo para hacer las cosas que para ti tienen más signi¬ficado. El dominio del tiempo conduce al dominio de la vida. Adminístralo bien. Y recuerda que es un recurso no renovable.
»Déjame ponerte un ejemplo. Supón que es lunes por la mañana y que tienes un montón de citas, reuniones y compa¬recencias. En vez de levan-tarte a las 6.30, tomar un café a toda prisa y salir pitando hacia el trabajo para pasarte el día con la len¬gua fuera, imagina que te tomas quince minutos la noche antes para planear tu jornada. O, más efectivo aún, supón que te to¬mas una hora de tu domingo para organizarte la semana. En tu agenda has anotado cuándo debes reunirte con tus clien-tes, cuándo te dedicarás a investigaciones legales y cuándo devol¬verás llamadas telefónicas. Es más, tus objetivos personales, sociales y espirituales para la semana también constan en tu agenda. Con este acto tan sencillo das equilibrio a tu vida. Ase¬gurando los aspectos más vitales de tu vida en un programa diario, estás asegurando que la se-mana de trabajo, y tu vida, con¬serve su paz y su significado.
–No estarás sugiriendo que me tome un descanso en plena actividad para pasear por el parque o irme a meditar, ¿verdad?
–Naturalmente que sí. ¿Por qué te aferras tanto a las con¬venciones? ¿Por qué piensas que has de hacer lo que hacen los demás? Corre tu propia carrera, John. ¿Por qué no empiezas a trabajar una hora antes y así puedes ir a pasear a media mañana por ese hermoso parque que hay cerca de tu oficina? ¿O por qué no haces unas horas extra a principios de semana para ter¬minar el viernes con tiempo de sobra para llevar a tus hijos al zoo? ¿O por qué no empiezas a trabajar en tu casa un par de días por semana y así ves más a tu familia? Sólo estoy diciendo que planifiques el trabajo y administres tu tiempo de manera creativa. Concéntrate en tus prioridades; las cosas más impor¬tantes de tu vida no deberían ser sacrificadas a las menos im¬portantes. Y recuerda que quien fracasa en la planificación, pla¬nifica su fracaso. Anotando no sólo tus citas de trabajo sino también tus compromisos contigo mismo de leer, relajarte o es¬cribir una carta de amor a tu esposa, serás mucho más produc¬tivo con tu tiempo. No olvides que el tiempo que empleas en enriquecer tus horas de asueto no es tiempo malgastado; eso hará que seas mucho más eficiente cuando estés trabajando. Deja de vivir en compartimientos estancos y entiende de una vez por todas que cuanto haces forma un todo indivisible. Tu comportamiento en casa afecta a tu comportamiento en el tra¬bajo. Tu trato con la gente en la oficina afecta al trato que das a tu familia y tus amigos.
–De acuerdo, Julián, pero es que yo no tengo tiempo de descansar en mitad del día. De hecho, trabajo hasta la noche. Últimamente mi horario me tiene colapsado. –Noté un vahí¬do en el estómago al pensar en la cantidad de trabajo que me esperaba.
–Estar ocupado no es excusa. La cuestión es: ¿qué es lo que te tiene tan ocupado? Una de las grandes reglas que apren¬dí de aquel viejo sabio es que el ochenta por ciento de los resul¬tados que consigues en la vida viene de sólo el veinte por ciento de las actividades que ocupan tu tiempo. El yogui Raman lo llamaba «la vieja regla del Veinte».
–No te sigo.
–Bien. Volvamos a tu apretado lunes. De la mañana a la noche podrías emplear el tiempo haciendo muchas cosas, des¬de hablar por teléfono con clientes y redactar alegatos hasta leerle un cuento a tu hijo pequeño o jugar al ajedrez con tu mujer. ¿De acuerdo?
–Sí.
–Pero de los cientos de actividades a los que dedicas tu tiempo, sólo un veinte por ciento te dará resultados duraderos y reales. Sólo el veinte por ciento de lo que hagas tendrá in¬fluencia sobre la calidad de tu vida. Ésas son las actividades de «alto impacto». Por ejemplo, a diez años vista, ¿cre-es que todo el tiempo que habrás pasado chismorreando en un restaurante lleno de humo o viendo la televisión habrá servido para algo?
–No, supongo que no.
–Bien. Entonces estarás de acuerdo también en que hay ciertas activi-dades que sí interesan, y mucho.
–¿Quieres decir, por ejemplo, el tiempo invertido en mejo¬rar mis conoci-mientos legales, en enriquecer mis relaciones con los clientes y en ser un abogado más eficiente?
–Sí, y el tiempo invertido en fomentar tu relación con Jenny y con los chi-cos. Tiempo invertido en estar en contacto con la naturaleza y agradecer todo lo que tienes la suerte de poseer. Tiempo invertido en renovar tu mente, tu cuerpo y tu espíritu.
DIEZ
El poder de la disciplina
–Recordarás que nuestro amigo el voluminoso luchador estaba desnu-do.
–Sin contar el cable de alambre color de rosa que cubría sus partes pu-dendas –repuse animadamente.
–Cierto –asintió Julián–. El cable rosa servirá para re¬cordarte el poder de la disciplina cuando quieres forjarte una vida más plena, feliz y esclareci-da. Los maestros de Sivana eran sin duda las personas más sanas, conten-tas y serenas que he conocido jamás. Pero también las más disciplinadas. Estos sabios me enseñaron que la virtud de la autodisciplina es como un cable de alambre. ¿Alguna vez te has parado a exa¬minar un cable, John?
–Es la virtud esencial de toda persona que se ha creado una vida llena de pasión, potencialidad y paz.
Julián sacó de su túnica un medallón de plata, de esos que se ven en una exposición sobre el Antiguo Egipto.
–No era necesario –bromeé.
–Los Sabios de Sivana me lo regalaron la última noche que pasé con ellos. Fue una jubilosa celebración entre miembros de una familia que vivía la vida al máximo. Fue también una de las noches más memorables, y más tristes, de mi vida. Yo no quería abandonar el nirvana de Sivana. Aquél era mi santuario, un oa¬sis de cosas buenas. Los sabios se habían convertido en mis her¬manos espirituales. Una parte de mi vida se quedó allá arriba, en el Himalaya.
–¿Qué dicen las palabras grabadas en el medallón?
–Te las leeré. No las olvides nunca, John. A mí me han ayudado mucho cuando la situación se ponía difícil. Rezo para que a ti también te consuelen en momentos de apuro. Escucha:
Mediante el acero de la disciplina, forjarás un carácter col¬mado de coraje y de paz. Mediante la virtud de la voluntad, es¬tás destinado a al-canzar el más alto ideal de la vida y a vivir en una mansión celestial llena de cosas buenas, de vitalidad y ale¬gría. Sin ello, estás perdido como un marino sin brújula, ese marino que al final se hunde con su barco.
–Nunca he pensado en la importancia del autodominio –admití–, aun-que algunas veces sí he deseado ser más disci¬plinado. ¿Estás diciendo con esto que la disciplina se puede desarrollar igual que mi hijo mayor desarrolla sus bíceps en el gimnasio?
–La analogía es excelente. Tú pones en forma tu fuerza de voluntad co-mo tu hijo pone en forma su musculatura. Cual¬quier persona, por más débil o aletargada que pueda estar aho¬ra, puede ganar en disciplina en un plazo relativamente corto. Gandhi es un buen ejemplo. Cuando la gente piensa en este santo moderno suele recordar a un hombre que podía estar se¬manas sin comer y soportar tremendos dolores en aras de sus convicciones. Pero si estudias la vida de Gandhi, verás que no siempre fue un maestro del autodominio.
–No me dirás que Gandhi era adicto al chocolate, ¿verdad?
–Claro que no, John. En su época de abogado en Sudáfrica, era propenso a arranques y exabruptos, y las disciplinas del ayuno y la medi-tación le eran tan extrañas como el sencillo ta¬parrabos blanco que al final se convirtió en su seña de iden¬tidad.
–¿Sugieres que con una buena mezcla de adiestramiento y preparación yo podría tener la misma fuerza de voluntad que Gandhi?
–Todos somos diferentes. Uno de los principios funda¬mentales que el yo-gui Raman me enseñó es que las personas realmente esclarecidas nunca buscan ser como otros, sino que persiguen ser superiores a su propio yo. No compitas con los demás. Compite contigo mismo –replicó Julián.
»Cuando tengas autodominio, dispondrás de fortaleza para hacer lo que siempre has querido hacer, tanto si es entrenarte para la maratón como si es dominar el arte del rajting o dejar la abogacía y dedicarte a la pintura. No te voy a juzgar, tus sueños son sólo tuyos. Sólo te digo que todas estas cosas estarán a tu alcance cuando cultives las reservas dormidas de tu fuerza de voluntad.
NUEVE
El viejo arte del autoliderazgo
–El tiempo vuela –dijo Julián antes de servirse otra taza de té–. Pronto amanecerá. ¿Quieres que continúe o ya tienes suficiente por esta no-che?
De ninguna manera pensaba yo dejar que este hombre, que atesoraba tanta sabiduría, se fuera sin completar su historia. Al principio su relato me pareció fantasioso. Pero a medida que escuchaba y asimilaba la antiquí-sima filosofía que se le había otorgado, acabé creyendo firmemente en lo que decía. Aquí no se trataba de las especulaciones de un merca-chifle de tres al cuarto. Julián era muy auténtico. Y su mensaje sonaba a verdad. Yo confiaba en él.
–Sigue, Julián, por favor. Tengo todo el tiempo del mundo. Esta noche los chicos duermen en casa de sus abuelos, y Jenny aún tardará horas en levantarse.
Notando mi sinceridad, Julián continuó con la fábula sim¬bólica que el yogui Raman le había ofrecido para ilustrar sus métodos para una vida más plena y radiante.
–He explicado que el jardín representa ese otro fértil jar¬dín, el de tu men-te, que está lleno de tesoros y riquezas ilimita¬das. También he hablado del faro y de que representa el poder de los objetivos y la importancia de descubrir la propia voca¬ción. Recordarás que la puerta del faro se abría lentamente y que de él salía un poderoso luchador de sumo japonés.
–Como he mencionado antes, John, el éxito externo em¬pieza por el éxito interno. Si de veras quieres mejorar tu mundo exterior, llámese tu salud, tus relaciones o tus finanzas, debes primero mejorar tu mundo interior. El modo más eficaz de con¬seguirlo es mediante la práctica de una continua autosuperación.
OCHO
Encender el fuego interior
–El día en que el yogui Raman me explicó esta pequeña fá¬bula, allá en las cumbres del Himalaya, fue bastante similar al de hoy en muchos aspectos –dijo Julián.
–¿De veras?
–Nos encontramos al anochecer y nos despedimos de madrugada. Se produjo tal química entre los dos que el aire parecía crepitar de electrici-dad. Como te he mencionado antes, desde el momento en que conocí a Raman tuve la sen¬sación de que era para mí el hermano que nunca tuve. Esta noche, sentado aquí y disfrutando de esa mirada tuya de in-triga, siento la misma energía y el mismo vínculo. Te diré también que siempre pensé en ti como en un hermano pe¬queño. Y para serte franco, veía muchas cosas de mí mis¬mo en ti.
–Eras un abogado increíble, Julián. Yo jamás olvidaré tu convicción.
Pero Julián no tenía el menor deseo de explorar sus gestas pasadas.
–John, quisiera seguir compartiendo contigo los elemen¬tos de la fábula del yogui Raman, pero antes debo confirmar una cosa. Has aprendido ya una serie de eficaces estrategias para el cambio personal que pueden hacer maravillas si eres perseverante en su aplicación. Esta noche voy a abrirte mi cora¬zón y a revelarte todo cuanto sé, pues es mi deber hacerlo. Sólo quiero cerciorarme de que entiendes lo importante que es que tú pases este saber a todos aquellos que estén buscando una orientación. Vivimos en un mundo atribulado. Lo negativo lo invade todo y en nuestra sociedad muchas personas flotan como barcos sin timón, almas cansadas en busca de un faro que les impida estrellarse contra las rocas de la costa. Tú debes ha¬cer las veces de capitán. Deposito mi confianza en ti para que lleves el mensaje de Sivana a todos aquellos que lo necesiten.
Tras reflexionar, prometí a Julián que aceptaba el encargo. Acto segui-do, él siguió hablando con pasión.
–Lo hermoso de todo este ejercicio es que mientras te afa¬nas en mejorar las vidas de otras personas, la tuya propia se eleva a las más altas dimen-siones. Es una verdad basada en un viejo paradigma para la vida extraordinaria.
–Soy todo oídos.
–Básicamente, los sabios del Himalaya se guiaban por una regla muy sencilla: el que más sirve más cosecha, emocional, fí¬sica, mental y espiri-tualmente. Éste es el camino hacia la paz interior y la realización exterior.
Leí una vez que la gente que estudia a los demás es sabia y que la que se estudia a sí misma es esclarecida. Por primera vez, quizá, estaba ante un hombre que se conocía realmente a sí mismo. Con su austero ropaje y la media sonrisa de un Buda joven en su cara saludable, Julián Mantle parecía tenerlo todo: salud perfecta, felicidad y un imperioso sentido de su papel en el calidoscopio del universo.
SIETE
Un jardín extraordinario
En este capitulo explicó Julián »Para vivir una vida de máxima plenitud hay que montar guardia y dejar que entre en tu jardín sólo la información más selecta. No puedes permitirte el lujo de un pensamiento negativo, ni uno solo. Las personas más alegres, dinámicas y satisfechas de este mundo no difieren mucho de ti o de mí. Todos estamos hechos de carne y hueso. Todos venimos de la misma fuente universal. Sin embargo, los que hacen algo más que existir, los que azuzan las llamas de su potencial humano y saborean la danza mágica de la vida sí hacen cosas distintas de los que viven una vida corriente. Y la más destacada de ellas es que adoptan un paradigma positivo acerca de su mundo y cuanto hay en él.
Julián empezó a levantar los brazos con el entusiasmo de un pastor protestante arengando a su congregación.
que Julián no sólo era joven por fuera, por dentro era mucho más sabio. Aquello era algo más que una fascinante conversación con un viejo amigo. Me di cuenta de que hoy podía ser mi momento decisivo, una clara oportunidad para empezar otra vez. Mi mente empezó a reflexionar sobre todo lo que estaba mal en mi vida. Por supuesto, tenía una gran familia y un trabajo estable como abogado bien considerado. Pero había momentos en que sabía que debía haber algo más. Tenía que llenar ese vacío que empezaba a inundar mi existencia.
viernes, 15 de octubre de 2010
SEIS
La sabiduría del cambio personal
Fiel a su palabra, Julián se presentó en mi casa al día siguiente, a las siete.
Julián tenía un aspecto radicalmente distinto al del día anterior. Todavía se le veía radiante de salud y exudando una increíble sensación de calma interior. Pero lo que llevaba me inquietó un poco.
Iba enfundado en una larga túnica roja provista de una capucha azul con bordados. Y aunque estábamos en julio y hacía un calor sofocante, él llevaba puesta la capucha.
–Saludos, amigo –dijo Julián con entusiasmo.
–Hola.
–No pongas esa cara, ¿qué esperabas, que llevara un traje de Armani?
Los dos nos echamos a reír.
Mientras nos relajábamos en mi atestada pero confortable sala de estar, no pude evitar fijarme en el complicado collar de cuentas de madera que llevaba al cuello.
–¿De qué son las cuentas? Son muy bonitas.
–Te lo contaré después –dijo Julián–. Tenemos mucho de que hablar esta noche
Julián empezó a revelarme más cosas so¬bre su transformación personal y la facilidad con que se produ¬jo. Me habló de las antiguas técnicas que había aprendido para controlar la mente y para borrar el hábito de preocuparse que a tantos afecta en nuestra compleja sociedad.
–John, ésta es la primera noche de tu nueva vida. Sólo te pido que pien-ses en los conocimientos que voy a compartir contigo y que los apliques durante un mes con total convicción. Toma estos métodos confiando en su efectividad. Hay una razón para que hayan sobrevivido millares de años: es que fun¬cionan.
–Un mes me parece mucho tiempo.
–Invertir 672 horas de trabajo interior para mejorar profundamente tus momentos de vigilia para el resto de tu vida es una ganga, ¿no te pare-ce? Invertir en ti mismo es lo mejor que puedes hacer. No sólo conseguirás mejorar tu vida sino también las de quienes te rodean.
–¿Y eso?
–Sólo cuando domines el arte de amarte a ti mismo podrás amar de verdad a los demás. Sólo abriendo tu corazón podrás llegar al corazón de los demás. Cuando te sientas centrado y vivo de verdad, estarás en buena posición para ser una persona mejor.
–¿Qué puedo esperar que ocurra en esas 672 horas de que se compone un mes? –pregunté.
–Experimentarás cambios en tu mente, tu cuerpo e incluso tu alma que te sorprenderán. Tendrás más energía, entusiasmo y armonía interna de las que has tenido en toda tu vida. La gente empezará por decirte que pareces más joven y más feliz. Recuperarás la sensación de bienestar y equilibrio. Éstos son sólo algunos de los beneficios del Método de Sivana.
–Caramba.
–Todo lo que vas a oír esta noche está pensado para mejorar tu vida.
Accedí sin reservas, y Julián empezó a enseñarme el método que había llegado a considerar sagrado.
Aquella noche tan especial, yo miré a mi corazón y desperté a los secretos seculares para enriquecer la mente, cul¬tivar el cuerpo y nutrir el alma. Ahora me toca a mí compartir estos secretos contigo.- dijo julian.
conclusion: ahora jonh sera el que reciba ese tratamiento para lograr la paz interior y asi lograrla exteriormente en su cuerpo y en los que lo rodean.
CINCO
El alumno espiritual de los sabios
Eran las ocho de la tarde y yo aún no había preparado mi alegato para el día siguiente. Estaba fascinado por la experiencia de aquel antiguo guerrero de la abogacía que había cambiado radicalmente de vida después de convivir y estudiar con aquellos sabios maravillosos del Himalaya.
Cuanto más escuchaba a Julián, más me daba cuenta de que mi alma se había ido oxidando. ¿Qué había sido de aquel increíble apasionamiento con que yo lo abordaba todo cuando era más joven?
Ansioso de ampliar sus conocimientos sobre los mecanismos de la mente, el cuerpo y el alma, Julián pasó literalmente todos sus momentos de vigilia bajo la tutela del yogui Raman. El yogui Raman se sentaba con su entusiasmado alumno y llenaba su mente de ideas sobre el significado de la vida y de técnicas poco conocidas para vivir con mayor vitalidad, creatividad y satisfacción.
Dijo también que su nueva vida y las nuevas costumbres empezaron a tener un efecto grande en su mundo interior. Al mes de estar aplicando los principios y técnicas de Sivana, Julián había empezado a cultivar una profunda sensación de paz y serenidad interior que jamás había alcanzado en Occidente.
La vitalidad física y la fortaleza espiritual fueron los siguientes cambios en su actitud.
Viendo que se hacía tarde, me dijo que se marchaba y se despidió.
–No puedes irte ahora, Julián –le dije–. Estoy en ascuas por saber todo lo que aprendiste en el Himalaya y el mensaje que prometiste traer a Occidente. No puedes dejarme intrigado, sabes que no lo soporto.
–Volveré, pierde cuidado. Ya me conoces, en cuanto empiezo a contar algo ya no puedo parar. Pero tú tienes cosas que hacer, y a mí me esperan ciertos asuntos privados.
–Bien, pero dime una cosa. ¿Me servirán los métodos que aprendiste en Sivana?
–Cuando el alumno está listo, aparecen los maestros –respondió–.
Pensé en los amplísimos conocimientos que apenas empezaba a vislumbrar. Pensé en lo que sería recuperar mis ganas de vivir, y en la curiosidad que yo había sentido de joven. Quería sentirme más vivo y aportar energía desbordante a mi vida cotidiana. Tal vez yo también aban¬donaría mi profesión. ¿Estaría llamado a una vocación más elevada? Con estas cosas en la cabeza, apagué las luces, cerré mi despacho y salí al pegajoso calor de otra noche de verano.
conclusion: puede que jonh aprenda los secretos que aprendio julian en el himalaya y pueda aplicarlos en su vida, puede que hasta deje su profesion.
CUATRO
Encuentro mágico con los Sabios de Sivana
Tras andar durante horas por intrincados caminos y sendas herbosas, los dos viajeros llegaron a un verde y exuberante valle.
El sabio miró a Julián y sonrió.
–Bienvenido al nirvana de Sivana.
Julián oyó voces en la distancia, voces suaves y agradables al oído. Se limitó a seguir al sabio sin decir nada. Tras quince minutos de caminata llegaron a un claro. Lo que vio entonces fue algo que ni siquiera el mundano y difícilmente impresionable Julián Mantle podía haber imaginado: una aldea hecha exclusivamente de lo que parecían rosas.
En cuanto a los monjes que vivían en la aldea, Julián vio que se parecían a su compañero de viaje, quien ahora le dijo que se llamaba yogui Raman. Explicó que era el más viejo de los Sabios de Sivana y el líder del grupo.
En definitiva, las caras de los Sabios de Sivana revelaban el poder de su forma de vida. Aunque eran sin duda adultos y maduros, irradiaban un aura como infantil, el centelleo de sus ojos traslucía una lozana vitalidad. Ninguno tenía arrugas ni canas. Ninguno parecía viejo.
Y así empezó la vida de Julián entre los Sabios de Sivana, una vida de sencillez, serenidad y armonía. Lo mejor estaba aún por venir.
conclusion: julian llego a una aldea serena y muy plascentera donde todos vivian felices y el tie,po no parece transcurrir pues nadie tiene arrugas ni canas, parece que julian vivira muy plenamente en esa aldea.
viernes, 8 de octubre de 2010
TRES
Transformación de Julián Mantle
Yo no salía de mi asombro.
¿Cómo podía alguien que sólo unos años atrás parecía un viejo verse ahora tan enérgico y tan vivo?, me pregunté con callada incredulidad.
Me dijo que el mundo hipercompetitivo de la abogacía se había cobrado su precio, no sólo física y emocionalmente, sino también en lo espiritual. El ritmo trepidante y las incesantes exigencias del trabajo le habían agotado por completo. Admitió que igual que su cuerpo se venía abajo, su mente había perdido brillo.
Julián se entusiasmó visiblemente al explicar cómo había vendido todas sus posesiones materiales antes de partir rumbo a la India, un país cuya cultura ancestral y tradición mística le habían fascinado siempre. Viajó de aldea en aldea, a veces a pie, otras en tren, aprendiendo nuevas costumbres, contemplando paisajes eternos y amando cada vez más aquel pueblo que irra¬diaba calidez, bondad y una perspectiva refrescante sobre el verdadero significado de la vida.
Cuanto más viajaba, más cosas sabía de yoguis longevos que habían conseguido dominar el arte del control mental y el despertar espiritual. Y cuantas más cosas veía, más ansiaba comprender la dinámica que se escondía tras aquellos milagros humanos, confiando en aplicar su filosofía a su propia vida.Durante las primeras etapas del viaje, Julián buscó a conocidos y respetados profesores. Me dijo que todos sin excepción le recibieron con los brazos y los corazones abiertos, compartiendo con él todos los conocimientos que habían absorbido en sus largas vidas de callada contemplación sobre los más sublimes temas relacionados con la existencia. Fue estando en Cachemira, un místico estado que parece dormir al pie de la cordillera del Himalaya, cuando tuvo la suerte de conocer al yogui Krishnan. Aquel hombre frágil de cabeza rapada también había sido abogado en su «anterior reencarna¬ción», como solía decir con una sonrisa poblada de dientes.
–Estaba cansado de que mi vida fuera como unas manio¬bras militares –le dijo a Julián–.
–Yo también he recorrido ese camino, amigo mío. Yo también he sentido ese mismo dolor. Pero he aprendido que todo sucede por alguna razón –le dijo el yogui Krishnan–.
–Necesito tu ayuda, Krishnan. Necesito aprender a construir una vida de plenitud.
–Será un honor ayudarte en lo que pueda –se ofreció el yogui–, pero ¿puedo hacerte una sugerencia?
–Por supuesto.
–Desde que estoy al cuidado de este templo, he oído hablar mucho de un grupo de sabios que vive en las cumbres del Himalaya. Dice la leyenda que han descubierto una especie de sistema para mejorar profundamente la vida de cualquier persona, y no me refiero sólo en el plano físico. Se supone que es un conjunto holístico e integrado de principios y técnicas im¬perecederos para liberar el potencial de la mente, el cuerpo y el alma.
Julián estaba fascinado. Aquello parecía perfecto.
–¿Y dónde viven esos monjes?
–Nadie lo sabe, y yo ya soy demasiado viejo para iniciar su búsqueda.
–¿Estás seguro de que no sabes dónde viven?
–Lo único que puedo decirte es que la gente de esta aldea los conoce como los Grandes Sabios de Sivana. En su mitología, Sivana significa «oasis de esclarecimiento».
A la mañana siguiente, cuando los primeros rayos del sol empezaron a bailar en el horizonte, Julián se puso en camino hacia la tierra perdida de Sivana. Dos días más siguió la ruta que esperaba podía llevarlo a Sivana, y en ese tiempo pensó en su vida pasada. Aunque se sentía liberado del estrés y la tensión que caracterizaran su antiguo mundo, se preguntaba en cambio si podría pasar el resto de su vida sin el reto intelectual que su profesión le había deparado desde que saliera de la facultad en Harvard.
Por el rabillo del ojo vio una figura, vestida extrañamente con una larga y ondulante túnica roja coronada por una capucha azul oscuro, caminando un poco más adelante. Debe de ser uno de los Grandes Sabios de Sivana, pensó Julián, casi sin poder contener su alegría.
–Me llamo Julián Mantle. He venido a aprender de los Sabios de Sivana. ¿Sabes dónde podría encontrarlos? –preguntó.
El hombre miró pensativo al cansado visitante de un país lejano. Su serenidad y su paz le daban un aspecto angelical.
Luego habló en voz muy baja, casi susurrando:
–¿Para qué buscas a esos sabios, amigo?
Presintiendo que, efectivamente, había dado con uno de los místicos monjes que a tantos habían eludido antes, Julián le abrió su corazón y le contó su odisea.
–Si de verdad tienes un deseo sincero de aprender esa sabiduría, entonces es mi deber ayudarte. Soy, en efecto, uno de esos sabios en busca de los cuales has recorrido tan largo camino.
Mientras los dos seguían ascendiendo hacia el pueblo perdido de Sivana, el sol indio empezó a ponerse, un gran círculo rojo que poco a poco se dejaba vencer por un sueño mágico tras el largo y agotador día.
–Fue sin duda el momento más memorable de mi vida –me confió.
DOS
El visitante misterioso
Era una reunión urgente de todos los miembros del despacho. Mientras nos apretujábamos en la sala de juntas, comprendí que el problema era grave. El viejo Harding fue el primero en dirigirse a la asamblea.
–Me temo que tengo muy malas noticias. Julián Mantle sufrió un ataque ayer mientras presentaba el caso Air Atlantic ante el tribunal. Ahora se encuentra en la unidad de cuidados intensivos, pero los médicos me han dicho que su estado se ha estabilizado y que se recuperará. Sin embargo, Julián ha tomado una decisión que todos ustedes deben saber. Ha decidido abandonar el bufete y renunciar al ejercicio de su profesión. Ya no volverá a trabajar con nosotros.
Todo eso sucedió hace unos tres años. Lo último que supe de Julián fue que se había ido a la India en no sé qué expedición. Las primeras respuestas a algunas de mis preguntas llegaron hace cosa de dos meses. La puerta de mi despacho se abrió lentamente. Cuando por fin se abrió por completo, vi a un hombre risueño de unos treinta y cinco años. Era alto, delgado y musculoso, e irradiaba vitalidad y energía. Me recordó a aquellos chicos perfectos con los que yo iba a la facultad, hijos de fami-lias perfectas, con casas perfectas y coches perfectos. Pero el visitante tenía algo más que aspecto saludable y juvenil.
–¿Es así como tratas a tus visitas, John, incluso a quienes te enseñaron to-do cuanto sabes sobre la ciencia del éxito en una sala de tribunal? Ojalá me hubiera guardado mis secretos profesionales –dijo esbozando una sonrisa.
Una extraña sensación me cosquilleó en el estómago. Inme¬diatamente reconocí aquella voz como de miel. El corazón me dio un vuelco.
–¿Julián? ¿Eres tú? ¡No me lo puedo creer!
La sonora carcajada del visitante confirmó mis sospechas. El hombre que tenía ante mí no era otro que el añorado yogui de la India: Julián Mantle.
Mirándole desde mi butaca me sentí totalmente en paz. Julián ya no era el ansioso abogado de primera categoría que trabajaba en un bufete de campanillas. No, este hombre era un juvenil, vital y risueño modelo de cambio.
El monje q vendio su ferrari.
Uno
El despertar
Yo había conocido a Julián Mantle hacía diecisiete años, cuando uno de sus socios me contrató como interino durante el verano siendo yo estudiante de derecho. Por aquel entonces Julián lo tenía todo. Era un brillante, apuesto y temible abogado con delirios de grandeza. Julián era la joven estrella del bufete, el gran hechicero. Todavía recuerdo una noche que estuve trabajando en la oficina y al pasar frente a su regio despacho divisé la cita que tenía enmarcada sobre su escritorio de roble macizo. La frase pertenecía a Winston Churchill y evidenciaba qué clase de hombre era Julián:
«Estoy convencido de que en este día somos dueños de nuestro destino, que la tarea que se nos ha impuesto no es superior a nuestras fuerzas; que sus acometidas no están por encima de lo que soy capaz de soportar. Mientras tengamos fe en nuestra causa y una indeclinable voluntad de vencer, la victoria estará a nuestro alcance.»
Julián, fiel a su lema, era un hombre duro, dinámico y siempre dispuesto a trabajar dieciocho horas diarias para alcanzar el éxito que, estaba convencido, era su destino. Oí decir que su abuelo fue un destacado senador y su padre un reputado juez federal.
Sus éxitos, como era de esperar, fueron en aumento. Consiguió todo cuanto la mayoría de la gente puede desear: una reputación profesional de campanillas con ingresos millonarios, una mansión espectacular en el barrio preferido de los famosos, un avión privado, una casa de vacaciones en una isla tropical y su más preciada posesión: un reluciente Ferrari rojo aparcado en su camino particular.
A sus cincuenta y tres años, Julián tenía aspecto de septuagenario. Su rostro era un mar de arrugas, un tributo nada glorioso a su implacable enfoque existencial en general y al tremendo estrés de su vida privada. Las cenas a altas horas de la noche en restaurantes franceses, fumando gruesos habanos y bebiendo un cognac tras otro, le habían dejado más que obeso.
En la caída de Julián había algo más que una conexión oxidada con su modus vivendi